Nueva Frontera

jueves, abril 21, 2005

Nada que perder

Las puertas de la cantina voltearon tempestuosas ante la entrada de aquel forastero. Los parroquianos no pudieron distinguir otra cosa que una silueta de aspecto patibulario acercándose a una de las mesas del aquel tugurio.

Sombrero de paja de ala ancha, gabardina de cuero negro y dos pacificadores reluciendo en su cintura, mirada perdida y sonrisa torcida. El retumbar del las tablas del suelo aumentaba a cada tintineo de sus espuelas. Se mantuvo de pie impertérrito enfrente de aquella mesa en la que sólo había otro forastero de camisa a cuadros, chaleco de piel y pañuelo rojo anudado al cuello que se relamía los labios por el whisky que se acababa de ventilar.

- Hola Bronco - dijo el que estaba sentado.
- Alan... - pronunció con cierta duda - Me han comentado que te has sacado novia.
- Así es, Bronco. He descubierto el amor con ella. - espetó Alan con rudeza.
- ¿De verás? Es que yo ya creía que habías descubierto el amor, ¿sabes? - inquirió Bronco.
- Si, Bronco, yo también lo creía. Pero así es la vida, muchachote. - respondió en tono burlesco Alan.
- Lo que tu digas, Alan. - dijo Bronco muy enojado.
- ¡Vete al infierno, Bronco! ¡No eres nadie para darme lecciones morales! - amenanó tajantemente Alan.

Como si el resto de la conversación hubiera sido dictada por sus miradas, ambos se dirigieron a la barra con las manos cerca de sus revólveres. Se dirigieron al barman, Bronco habló primero.

- ¡Whisky! Dicen que una bala en el estómago duele menos si hay alcohol. - rió entre dientes Bronco.
- Ah, ya. En ese caso el señor lo tomará doble - le dijo Alan al barman - para que así ni te enteres.

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¿Qué tiene que ver un relato de dos cowboys sarasas con la Nueva Frontera? Absolutamente nada, pero algo había que poner, ¿no?