Nueva Frontera

lunes, mayo 09, 2005

Nada que perder (Vol. 3)

- ¡Sheriff, sheriff! - se oía tras la puerta de la oficina del sheriff seguido de unos albodonazos a la puerta.

El sheriff permanecía medio adormilado en su mesa tras haberse complido un buen plato de frijoles. No debió hacer la siesta tras la comida, ahora el ardor de estómago le repiqueteaba todo el esófago.

- ¡Sheriff, abra la puerta, sheriff! - se volvió a oir de nuevo, los golpes en la puerte no cesaban.

Zarandeó su cabeza de un lado a otro para despejarse, ahora sólo necesitaba un buen lingotazo de Agua de Fuego de Kentucky para terminar de despejarse. Comprobó que su insignia estaba bien visible y su sombrero negro bien colocado.

- ¡Ya voy, maldita sea! - vociferó el sheriff con voz ronca.

Abrió la cerradurra, quitó el pasador y los 3 cerrojos de la puerta sólo para ver el rostro enjuto y descuidado de Fred Jenkins, el borracho local de la zona con un aspecto sorprendentemente sobrio. Llevaba la misma camisa roja a cuadros, unos vaqueros sujetos con tirantes para que no se le cayeran y unas botas agujereadas.

- ¡Demonios, Fred! ¿Qué tripa se te ha roto ahora? - preguntó el sheriff con la mandíbula casi desencajada por el enfado.

- ¡Es Bronco, sheriff Ladd! Está en la cantina. - se apresuró en contestar Fred.

El rostro del sheriff Ladd cambió de una rabia indómita a la felicidad más inesperada. Su gesto torcido se iluminó por completo.

- ¿Le han matado? - inquirió el sheriff Ladd en tono esperanzado.

- Todavía no, está a punto de liarse a tiros con Alan y esa perra excéntrica de Walter. - respondió Fred.

- ¡Esto no me lo perdería por nada! - dijo el sheriff Ladd - ¡Ponte a cubierto Fred, hoy tendremos una matanza aquí! - sentenció después.

Entró a la oficina de nuevo en dirección al armario de armas. Al revólver que ya llevaba en el cinturón añadió a su arsenal un Winchester para cazar búfalos. Como las balas alrededor de su cinturón no parecían ser suficientes se agenció con dos cananas llenas de cartuchos atravesadas alrededor de su torso.

- ¿Vas a matarle? - preguntó una voz a espaldas del sheriff Ladd.

- ¡Mel... yo...! - dijo el sheriff dubitativo.

Mel era un jovencísimo mozalbete rubio de unos 17 años, amante en secreto del sheriff Ladd. Nunca ha querido confesar ante nadie su amor pues la diferencia de edad supondría un problema para el sheriff Ladd con el pueblo. Asimismo, el sheriff Ladd tampoco descubrió sus sentimientos en público ante Mel por las mismas razones.

- ¡Adelante, consigue que te maten, ya no me importa! - respondió enfurruñado Mel mientras giró su rostro en señal de desprecio.

- Mel, no se cuanta sangre corre por mis venas, pero te aseguró que no permitiré que Bronco vuelva a hacernos daño otra vez. - declaró el sheriff Ladd sin mediar palabra con Mel dando un portazo antes de irse de la oficina.

El sheriff Ladd andaba con paso decidido por la calle principal del pueblo, levantando el polvo a cada zancada. Las espuelas tintineaban al andar, haciendo que las gentes del pueblo cerraran puertas y ventanas conforme el sheriff paseaba entre las las casas. Ya faltaba poco para llegar a la cantina.

Cargó el winchester poco a poco hasta que llegó a la entrada de la cantina, sólo unos pasos le separaban ya de sus puertas. Escupiría al suelo para quitarse el mal de boca pero tenía la boca seca. Allá iba el sheriff Ladd, ahora con paso más tranquilo haciendo quebrar los tablones de madera a sus pies.

Desde la cantina, los parroquianos pudieron ver una figura apenas distinguible por la luz del sol que emanaba cegadora a su alrededor. Cuando avanzó unos pasos lo vieron con claridad, era el sheriff Ladd con la cara más fría que habían visto en su vida.

- ¡El que no quiera morir que salga inmediatamente de aquí! - amenazó el sheriff Ladd de forma tajante.

...

Continuará...