La vida es dura y larga... ¡Tócame la vida!
Pongan en marcha sus cámaras pues esta será la primera y última vez en la que el autor de Nueva Frontera explique cómo es su rutina diaria. Las razones que me llevan a esto son:
- Mi frenético modo de vida hace que los directores de cine gore tengan ideas nuevas para sus películas sin que yo salga en los créditos de las mismas.
- Originalidad, ya hay bastantes blogs por ahí que se dedican a explicar sus vidas.
- Compromiso, esta entrada será además la última en la que hablaré mal de las mujeres por hacerle un favor a mi compañero, el Dr. Roca.
Bueno, estaba recostado en el sillón mirando como mi novia cambiaba el aceite del coche cuando empezaba a mosquearme al ver como se esforzaba por joderme el filtro. Estaba más mosqueado que habitualmente pues tenía que vigilarla mientras estaba jugando con el PC en casa, hasta que me harté, tiré el joystick al suelo y salí afuera a pegarla un par de gritos.
Ahí estaba yo en ropa interior una mañana de domingo berreando de tal forma que los pulmones iban a salir disparados. Entonces mi vecino, que es una nenaza, va y viene a decirme que no debería gritar de esa manera a mi novia. No iba a permitir que se saliera con la suya así que le sacudí directamente a los intestinos.
Su mujer estaba metiendo lo que habían comprado en el súper dentro de casa cuando esto ocurrió. Como no era sufientemente malo el hecho de dejar de jugar con el PC y salir de casa berreando, ahora esa mala pécora me estaba gritando como si la culpa fuera mia.
No podría adivinar que pasaba por su cabeza, pero no paraba de agitar los brazos, dar vueltas y chillar como una histérica. Empezó a llorar cuando vió los intestinos de su marido dispersos por la calzada, lo que le hizo quitarse uno de sus zapatos y lanzármelo. Yo se lo paré con los dientes y empecé a descojonarme en ese momento. Tras eso, vino hacia mi para recuperar su zapato y como yo no iba dejar que esa arpía se me acercara le estampé en toda la cara un cactus que había por allí. Se levantó más fea de lo que ya era y yo me limité a hacer lo que hago cuando las mujeres lloran: Me volví para dentro para seguir jugando con el PC.
Esto no termina todavía aquí, resulta que una vieja que estaba en la acera del frente vió todo lo que había pasado y cruzó la calle para hacer lo que mejor saben hacer las mujeres: quejarse. Cuando abrí la puerta sólo vi una abuela con la cabeza empañolada que sujetaba en sus manos un gato que me miraba mal. Al ver que no paraba de hablar, le agarré el gato por el cuello y lo empalé en la verja del vecino de enfrente.
Ella empezó a llorar gritando: ¡Mi gato! ¡Qué le has hecho a mi gato! Yo me partía el culo y cuando la vieja intentó arañarme le di tal patada que por poco le arranco el brazo de cuajo. Me reí tanto que casi me cago encima.